Recordemos la obra teatral “La casa de Bernarda Alba, la dueña de la casa se caracterizaba por ser
una mujer hipócrita, que pretendía tener una reputación perfecta ante sus
conocidos, y que mostraba dos maneras de ser distintas dependiendo de si se
encontraba dentro o fuera de la casa.
Éste es sólo un ejemplo de esa
frase que dice: “Las apariencias engañan”, pero ¿nos hemos planteado alguna vez
si nosotros guardamos también las apariencias ante los demás?
En la mayoría de los casos esa respuesta resultará
afirmativa, ya que antes o después todos hemos fingido en algún momento de
nuestra vida ser alguien diferente a quién de verdad somos, o hemos “maquillado”
las ideas y actos que realmente querríamos mostrar. De hecho, gran parte de lo
que solemos denominar “cortesía” en eventos sociales consiste ciertamente en no
prestar atención a aquellos aspectos de nuestro comportamiento que podrían
dejarnos en evidencia ante los demás. ¿Quién no ha saludado a alguien alguna vez
sólo por ser políticamente correcto? O, ¿Cuántas veces hemos mantenido la
compostura en algún acontecimiento cuando en realidad estábamos deseando irnos?
Aunque no lo parezca nuestra vida no transcurre
sencillamente. Utilizamos el contacto social como una especie de instrumento
protector esperando que, a cambio, las propias debilidades no se expongan
deliberadamente ante los demás. Sin
darnos cuenta, solemos tener bastante destreza para controlar los gestos y
expresiones que utilizamos al interactuar con nuestro entorno. Con el tiempo modelamos nuestros pensamientos
y actitudes para “cumplir con las expectativas de los demás”. Pero, ¿hasta qué punto somos de verdad nuestra propia esencia?
Debemos ser nosotros mismos evitando pensar el reflejo que
transmitimos a los demás. Descubrir lo que somos y queremos ser, y no basarnos
en lo que el resto espera de nosotros. No
digo que conseguirlo sea una tarea fácil, sería muy utópico y osado por mi parte, pero si es cierto que una vez que descubres tus capacidades y debilidades y te comprometes a actuar
en función de quién eres, la felicidad se encuentra al alcance de tu mano.
Y es que, la mayor traición del ser humano, es incumplir
nuestros propios valores.
Como dijo el vocalista del grupo Nirvana, Kurt Kobain:
"Prefiero que la gente me odie por ser quién soy, a que la gente me ame por lo que no soy"
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