viernes, 10 de febrero de 2012

Sin miedo a dejar de ser Peter Pan


En el día de ayer, tras mantener una conversación con una adolescente de trece años;  comencé a cuestionarme en qué momento dejamos de ser niños.  ¿Cuál es la clave exacta para que esa dulce inocencia desaparezca en nosotros y empezar a asumir responsabilidades?

Crecer y envejecer es algo obligatorio en la vida, sin embargo, madurar resulta opcional.

Se puede ser muy joven en la vida y tener una madurez extraordinaria, o por el contrario, intentar ser siempre como Peter Pan  y con ello evitar tener propósitos ante la vida.

Madurar no es algo físico, es una cuestión de actitud, y ciertamente, en muchas ocasiones no es una tarea fácil. Hacerse mayor implica tomar conciencia de tu propia vida, y mirar los errores del pasado, no para lamentarnos por ellos, si no para intentar corregirlos. También  conlleva intentar alcanzar nuestras propias metas para ser felices con nosotros mismos y conseguir la confianza necesaria para creer en nuestras capacidades ante las adversidades que se presenten en el camino.

Y es que convertirse en adulto va acompañado de vivir nuevas experiencias, y desgraciadamente quizás algunas de ellas nos resulten dolorosas;  y ahí es donde está el verdadero reto, en superarlas. El día menos pensado, descubriremos que, sin darnos cuenta, hemos pasado a ser personas más realizadas, fuertes y valiosas.

Debemos intentar ser felices por lo que somos, y no sólo por lo que tenemos; valorarnos, confiar en nosotros, aprender de nuestros errores,  y ser capaces de superarnos día a día; pero eso sí, siempre debemos dejar un huequito en nuestras vidas para creer en “un país de Nunca Jamás” ya que, al igual que en los niños, la ilusión también forma parte de nuestra felicidad.

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