Nunca nadie dijo que la vida fuese un camino recto y sin obstáculos,
y desde luego que si alguien pronunció esas palabras, no vivió lo suficiente.
Los contratiempos se cruzan en nuestro camino de manera
imprevisible. A veces nos sentiremos superados por las circunstancias,
abrumados por los acontecimientos e incluso sin apenas fuerzas para luchar.
De vez en cuando, pensaremos que el esfuerzo no ha merecido
la recompensa que debía obtener y la frustración se apoderará de nosotros por
unos instantes o, simplemente, nos resignaremos a pensar que la vida no ha sido
justa.
Todos hemos tenido en algún momento de nuestra existencia
alguna de estas sensaciones, pero ¿de qué sirve mantener el pesimismo?
En ocasiones no es fácil seguir hacia delante, es cierto; pero si
miramos a la vida con optimismo y esperanza nosotros mismos empezaremos a verla
con un color diferente.
¿Acaso no es mejor pensar que cuando una puerta se cierra,
quizás una nueva está por abrir? ¿No es preferible creer que al otro lado del
desierto siempre habrá un oasis? ¿No es
más sencillo imaginar que si las cosas no sucedieron como planeábamos es porque
el destino nos tiene guardado algo aún más beneficioso?
Para enfrentar la adversidad hay que quitarse los miedos ante un
mundo inmenso por descubrir, levantarnos pensando “hoy todo va a salirme bien”,
y sentir que todo vuelve a sonreír mientras buscamos el verdadero sentido
de la supervivencia. Porque sonreír a la vida es olvidar y superar los obstáculos
que nos propone para comenzar a mirarla con color esperanza.
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